viernes, 20 de enero de 2012

El sentido de la vida (relato) donde todo empieza

El sentido de la vida

   Ernesto convivía con el sufrimiento y el dolor desde su infancia y esto , al contrario que a la mayoría de las personas, le había llevado a relacionarse con el desde el más profundo desprecio.

   Lo que a las personas normalmente inmoviliza , atemoriza y bloquea, en su caso solo le servía para tomarse la vida con un positivismo tal que a la mayoría o asustaba o hacía minorar la gravedad de su situación, haciendo imperceptible su realidad.

   A lo largo de su vida había sido definido por el mundo como un inteligente luchador de éxito en todo cuanto emprendía aunque el siempre decía que hubiese preferido ser listo a inteligente y se aplicaba en la máxima de la prudencia frente a lo que percibía y , en definitiva, si de algo había de morir prefería que no fuese de éxito precisamente.

   En pocos años , desde su más remota juventud, había vivido lo que la mayoría de la gente no viviría en toda una vida ni muy posiblemente en dos o tres de las mismas. Un brillante ascenso profesional y empresarial, viajes, relaciones sociales, crear una familia y gozar de los más puros y convencionales placeres del triunfo,...

   Consciente de que su vida no sería muy extensa y no viendo tampoco ningún sentido a vivir obsesionado y enfocado a prolongarla, su temperamento siempre le había llevado a desprenderse de si mismo y darlo todo en los demás y a los demás en una especie de intento por derramar su vida.

   Sin embargo no todo el mundo está preparado para recibir y, poco a poco , casi sin darse cuenta, esa actitud suya ante la existencia le había conducido al más estrepitoso derrumbamiento de su mundo más íntimo y cercano.

   Su naturaleza, responsable con los suyos, le había conducido a admitir las situaciones sin esperanza de solución y a  convivir con ellas asumiendo también la coexistencia con este dolor que ahora había añadido la variante moral a su lucha.

   Varios años ya así, habían hecho que Ernesto acondicionara perfectamente sus comportamientos a la nueva situación, de tal forma que cualquiera desde el exterior tan solo percibía esa actitud positiva, alegre y generosa para la que el dolor físico le había preparado tan bien y que ni siquiera ahora , con el refuerzo de este nuevo aliado , conseguía hacer merma en su vida aparente.

   Nunca amigo de doctores ni de medicamentos y otras gaitas tampoco ahora recurría a los gurús ni medicinas de las almas, aún consciente de que los dos enemigos, ahora unidos, eran como una gangrena corrosiva que, lentamente, iba minando su existencia.

   Pero la vida nunca nos deja en paz. Nos conduce  aunque creamos que la gobernamos y , al igual que nunca puedes bañarte dos veces en el mismo río, cada día presenta alternativas y lo que hoy es imperfecto y cotidiano mañana gira en redondo para dar un vuelco incontestable a cualquier planteamiento asumido.

   Elena estaba allí con su inocencia explosiva y esas ganas de devorar el aire que tiene el carácter apasionado. Había estado allí desde hace tiempo, con sus conversaciones de hija y esa inquietante lucha por descubrirse y descubrir el mundo que le conferían una madurez inusitada para su edad.

   Ni su vida ni sus experiencias fueron fáciles y había dejado ya los senderos de la rebeldía para encaminarse al encuentro del esfuerzo por ser alguien.

   La relación de maestro y aprendiz les había llegado a unir de tal manera y con tal confianza que para ambos suponían un auténtico balón de oxígeno sus conversaciones, convirtiéndose, poco a poco, de casuales a buscadas, de buscadas a necesarias, de necesarias a imprescindibles  y de ausentes a insoportables.

   Un día cualquiera, tras varios años , lo implanteado e implanteable para Ernesto había aparecido allí, como una realidad incontestable que por indeseada había tratado de negar bajo todas las fórmulas posibles.

  Estaba enamorado de aquella mujer.

  Elena , por su parte, se encontró  sorprendida de igual forma ante algo tan evidente en sus sentimientos que había pasado inadvertido por su pura pura naturaleza.

   Algo que siempre había estado allí había cambiado su relación por completo al ser percibido en un instante eterno y ahora la tensión de los sentimientos, de la pasión y del deseo se desbordaba incontenida entre los dos a cada encuentro.

   Como todas las verdades que lo son  no necesitaba pronunciarse para saber que  no deseaban “tenerse” sino “existir” el uno junto al otro y ese era un paso que bloqueaba especialmente a Ernesto para afrontar una relación que no solo le hacía abandonar toda su vida sino que , principalmente, unía la del ser más hermoso y adorable a la desesperanza de una enfermedad progresiva que más tarde o más temprano afectaría de forma grave sus relaciones en todos los aspectos.

   De entre los muchos factores que retenían la voluntad de Ernesto, como erán el de someter a Elena al cuidado de una persona cuyo deterioro progresivo era imprevisible tanto en el tiempo como en las consecuencias, uno tomaba una relevancia fundamental, derivada del marcado carácter sexual de sus dos personalidades y la posibilidad de que , con el tiempo, la enfermedad de Ernesto pudiese limitar, en mayor o menor medida, las posibilidades de disfrutar en todo su esplendor sus relaciones.

   Los días se sucedían así  entre el deseo de encontrarse definitivamente y la duda de dar comienzo a una  vida  que prometía ser corta y difícil. Si estaban dispuestos a asumirla habría de ser bajo el aspecto de una relación sexual liberal, compartida y cómplice, donde, sino en aquel momento, si se pudiese contemplar la intervención de terceros en sus relaciones más adelante.

   Aquella primera noche en que comenzó su vida, los brazos de Ernesto rodearon por primera vez toda la vibración contenida de Elena que temblaba entre sus manos con los labios entreabiertos en un susurro cálido de aliento.

   Sus besos recorrieron sus ojos, su frente sus mejillas,.., bajando por su cuello en un lento caminar de pasos susurrados mientras , aún en pie los dos, la pierna de Elena abrazaba con fuerza los muslos de Ernesto apretando su sexo al palpitar de el.

   Era Agosto y el sudor de sus cuerpos se mezclaba con sabores y olores intensos de pecado que empapaban las ropas y hacían brillar su piel de una forma única.

   Ernesto le apretó su espalda contra la pared del pasillo y, cerrando la puerta de la calle con el pie, comenzó a descubrir su cuerpo de ropajes; primero con la boca, luego con las manos recorriendo sus caderas en busca de los interiores de su falda, después  con todo el cuerpo en un intento de hacerla suya en si mismo.

   Un brusco giro y ahora era la espalda de Ernesto la que se apoyaba contra la pared, mientras Elena inclinaba su rodilla y, manteniendo una mano sobre el pecho, exploraba su sexo con la otra para empezar a besarlo, a acariciarlo con la lengua suavemente a engullirlo en sus labios calientes,.., humedos,...

   Las manos de Ernesto reposaban ahora sobre su cabeza y, en un impulso repentino , asíendola por las axilas , le elevó y giró pegando su espalda contra su torso y abrazando sus senos hasta coger la cara entre sus manos cruzadas, le dirigió , recorriendo entre gemidos la escasez del pasillo, hasta el dormitorio.

   Ambos cayeron sobre la cama, como un gran cedro al ser talado, entre el estruendo de roncos gruñidos de placer y deseo. Elena boca abajo con sus muslos relucientes y prietos,  muy juntos, casi inseparables y Ernesto sobre ella con todo el palpitar de su sexo encendido.

   Le penetró con intensidad,abriéndose paso entre los muslos bañados en sus jugos; casi violentamente , con profundidad, sintiendo las contracciones de su sexo en la inflamada polla, escuchando su placer mientras los brazos de ella se aferraban al cabecero en un rictus ingobernable y sus rodillas se doblaban para , con sus piernas , apretar fuertemente el culo de el en su rítmico embestir,... deseándolo más profundo, más animal y más mortal.

   Toda la noche se sucedió en infinitos e interminables abrazos de placer como antesala de las muchas noches que les quedarían por vivir y, en cada nuevo abrazo y en cada nuevo orgasmo, iban apareciendo difusas siluetas informes alrededor de la cama.

   Aquí una pareja... , allí un chico o una chica sola,...

   Exhaustos fumaron el cigarrillo del amanecer.

   Las siluetas habían ido tomando formas más nítidas a medida que el día clareaba y esa mañana desayunaron ya en la compañía de los amantes que irían conociendo a lo largo de su vida.

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