viernes, 26 de octubre de 2012

Naturalidad (parte I)


Naturalidad: En el momento en que la sexualidad compartida se convierte en algo tan natural como la piel, en que no tienes que pensar lo que haces o vas a hacer ni tienes que consultarlo o advertirlo porque te intuyen e intuyes, porque eres capaz de hablar y comprender sexualmente como si fuese tu lengua materna y cada caricia o cada gesto es dado o recibido como si tuviera que estar necesariamente allí y en ese momento. 
Lo cierto es que en nuestra vida siempre hemos dejado poco espacio al artificio y en nuestras relaciones sexuales propias así como con los demás nos pasa lo mismo. Para nosotros la naturalidad es el mejor camino hacia el placer.
Cuando las cosas van por buen camino todo acaba saliendo.
Las caricias , la excitación, el ambiente que se crea en el juego... todo conduce a esas situaciones tantas veces imaginadas y deseadas como la conclusión natural de una suma perfecta.
Cuando el sexo y la sensualidad se encuentran impregnados en la piel no hace falta conducirlo a lo que debe hacer, el solo es capaz de ir descubriéndolo y mostrando el camino a uno mismo y a los demás y entonces, simplemente, es perfecto.
Para que se dé esta naturalidad es muy importante que no exista tensión y esto, que es tan normal en una pareja entre si, suele ser algo más complicado cuando intervienen más personas.
El mecanismo iniciador de esa naturalidad es el deseo y este puede ser desigual dentro de una relación entre varios no solo por la diferente atracción que se puede producir entre unos y otros sino también por las diferentes formas de ser, los diferentes “tempos” , la mayor o menor facilidad para desinhibirse...
Algo tan evidente en nuestras relaciones sexuales de pareja como es el fomentar un deseo equilibrado entre ambos (preliminares y seducción) suele ser , sin embargo, olvidado a menudo en las relaciones a tres, a cuatro o a más.
Frecuentemente damos por hecho que la excitación y el deseo que sentimos nosotros es compartido y sentido exactamente por igual en todos y, diluyéndose la responsabilidad entre varios, podemos no llegar siquiera a percibir que alguien no está en la disposición idónea de avanzar, precipitando así sus tiempos y sus momentos y llegando a provocar un bloqueo.
Por ello es muy importante que la pareja perciba a su compañero en todo momento siendo esa necesidad de percepción diferente entre cada pareja pero casi nunca inexistente.
La relación sexual compartida siempre ha de ser generosa y nunca egoísta porque es precisamente en el dar y el entregarnos donde encontramos el mayor sentido y placer a nuestros juegos.
Cuando alcanzamos esa naturalidad todo empieza a funcionar por si mismo. La relajación y la sensualidad invaden nuestros rincones y las cosas comienzan a surgir sin proponérnoslo, ofreciéndose al alcance de nuestras manos y nuestros instintos.
Pero lo que en una relación de pareja es tan normal porque las situaciones surgen en cada momento de la convivencia, en un encuentro compartido son muchos los inconvenientes y los factores que están presentes para poner trabas a esta forma de desarrollarse naturalmente el encuentro y por ello es importante poner un especial cuidado en solventarlos.
Los preliminares, si ya son importantes en una relación a dos, cobran una especial relevancia en una relación compartida que parte de la base de la “premeditación” , sabemos desde el primer momento que vamos a follar, para eso hemos quedado, ese es el objetivo y fin último de nuestro encuentro y damos por sentado que ese hecho es suficiente para ponernos a todos en situación abandonando a menudo el camino de la seducción que nos conduce a ello y precipitándonos, de forma torpe, en un encuentro sexual que pudiendo ser apasionante, convertimos en algo frío e insulso.
Cuando nos relacionamos con terceros pretendemos en mayor o menor medida conseguir un más allá en nuestras relaciones sexuales y “follar por follar” no suele reportarnos, a la postre, una gran satisfacción personal ni como pareja.
Existen cuatro grandes enemigos de la naturalidad como son; las reglas, los límites , los roles y las obsesiones.
Esto no quiere decir que no exista un marco establecido en el cual desenvolverse, es evidente que si a alguien no le gusta una determinada práctica sexual los demás deben estar en conocimiento de ello o que no formen parte del juego escenas donde la asunción de papeles sea necesaria pero si establecemos estas de antemano puede no funcionar mientras que si dejamos que surjan en el devenir de la ventura obtendremos el máximo esplendor de las mismas ya que , además, nos irán sorprendiendo y añadiendo nuevos matices de deseo a nuestro juego sexual.
Las obsesiones suelen ser un cáncer que impide cualquier disfrute de la relación. Cuando alguien se empeña en que necesariamente se ha de practicar tal o cual cosa o que los acontecimientos se han de producir en unas formas establecidas todo lo demás se vuelve casi inexistente y suele ocurrir que la falta de disfrute en lo uno impida concluir en lo otro.
Las reglas son el máximo enemigo de esta necesaria naturalidad. No besamos..., cada uno empezamos de tal manera...
Estas reglas suelen obedecer además a nuestras propias inseguridades y miedos más que a nuestras apetencias y deseos dándonos la falsa sensación de mantener un control sobre lo que nos permitimos sentir y experimentar y sobre lo que exponemos y arriesgamos en el juego.
Al igual que el jugador que juega con límite se siente falsamente a salvo de la ludopatía o que el bebedor social se siente a salvo del alcoholismo, las reglas que a menudo se establecen parecen mantener a salvo los sentimientos , la implicación y los riesgos de la relación sin comprender que la única forma de hacer esto es saber lo que se tiene y lo que existe y ser conscientes de por qué hacemos las cosas.
Cualquier posibilidad de un comportamiento sexual espontáneo queda anulada cuando este se normaliza y se acota.
Cuando practicamos sexo entre nosotros no nos levantamos de la mesa tras la cena y decimos … “venga, vamos a la habitación que ya toca” sino que nos seducimos ampliamente durante la cena y llegamos al lecho desnudándonos.
Cuando nos acariciamos no nos pedimos con palabras sino que nuestra piel grita lo que deseamos y necesitamos y nuestros cuerpos se estremecen al recibir la respuesta de sus caricias y nuestras manos y nuestros labios y cada centímetro de nuestra carne pregunta entre silencios nuevamente.
Esta es la forma en que siempre llegamos a todo lo que podamos desear aunque ni siquiera lo hayamos imaginado antes.