miércoles, 12 de septiembre de 2012

Transformación

   
   Empezó a fumar ya desde los doce años pero jamás un cigarro le supo, ni le sabrá, tan amargo como aquel. 

   Recuerda aquella noche fría en la que la vio por primera vez.


   Hacía tiempo que salía con un grupo de amigas y frecuentaba las calles y los bares de chueca; normalmente se arreglaba demasiado para salir, intentando impresionar con sus vestidos y maquillaje, pero aquella noche no quería seguir escondiéndose tras esas pinturas de guerra, en esa pugna adolescente de descubrirse a uno mismo, había optado por algo más natural. Si alguien se fijaba en ella no iba a ser por su ropa o sus retoques. 


   El local estaba atestado de gente. El humo flotaba en el ambiente y la música bailable era la  típica de un sábado noche. Hacía poco que salía por el centro de Madrid, su condición,  tímida e insegura, le hacía sentir como una mala jugada de póker a la que solo vas si no queda otro remedio. 


   La vio entrar por la puerta, bajando las escaleras del local con sus amigas.


   Como en un foco  solo podía ver su pelo negro como el carbón y la piel blanca de su hombro asomando descuidada bajo el abrigo. 


   Se apostaron en una esquina del local para pedir unas copas, durante horas observó su  risa continua, no podía arrancarla de sus ojos.


   En cualquier otra noche  su mirada hubiese bailado  detrás de todas las mujeres buscando descubrir la belleza especial de cada una pero aquella, en su equina, tenía algo diferente,… algo misterioso que no podía terminar de percibir y que le inquietaba. 


   Su risa era ahora una mordedura en sus oídos que apagaba la música. Se había quitado  el abrigo y pudo ver la espalda descubierta solo empañada por una ligera tira de algodón  que sujetaba la pequeña camiseta que apenas ocultaba su cuerpo. 


   En un instante ella la miró  sosteniendo profundamente sus ojos sobre los de ella, casi hiriéndola hasta hacerle apartar su rostro hacia otro lado insultándose, avergonzada, queriendo hundirse en la tierra, desaparecer en su insignificancia. 


   Solo al volverse para apurar su copa y largarse cagando leches de allí descubrió que, a menos de un palmo de su cara estaba ella. A  media cabeza por debajo de la suya, su leve e inquietante cuerpo no dejaba de hacerle sentir  como una diminuta hormiga. 


   -“Llevas un buen rato mirándome”. 


   No supo que responderla, tampoco le había escuchado. Jamás había contemplado unos ojos tan negros, una piel tan blanca y esa  nariz fina en perfecta armonía con su rostro, y esos labios…..de un color rosado, carnosos, suaves y atractivos que llamaban a comerlos y no parar nunca........ 


  -“Me llamo Iratxe” 


   Entonces como si el embobamiento en el que se había mantenido toda la noche se esfumara, sus palabras comenzaron a brotar  como si de toda la vida la conociera. Hablaron y hablaron tanto, que las amigas de cada grupo acabaron marchándose y dejándolas solas. 


   Cuando cerraron el local se fueron a casa de Iratxe hablando todo el camino sin recordar ya ninguna conversación. 


  Y os aseguro, que lo que Iratxe le enseño aquella  noche a esa niña insegura y tímida, no lo enseñan ni en ninguna película, ni en ningún libro ni en cientos de vidas. 


   La enseño a descubrir en su cuerpo los placeres sin necesidad de ser penetrada por ningún miembro, a recorrer suavemente sus pliegues y alcanzar  los orgasmos más fogosos e insoportables que hasta entonces jamás había tenido. 


   Seis largos meses de enseñanza le hicieron convertirse en  mujer. La timidez y la inseguridad dejaron paso a la sensualidad y el perfume de la seducción abriendo su conciencia a la atracción que desataba, tanto en hombres como en mujeres, y aprendiendo a aprovechar todas esas armas para su disfrute personal. 


   Pero a la vez que se sentía mejor con su cuerpo, aquel que tan poco le gustaba antes, una sombra  iba creciendo, abrazando la relación que mantenía con Iratxe. Los celos y la intensidad la hacían más hiriente día a día. La vida era imposible, con esas pequeñas cosas que muy de vez en cuando las mujeres somos propensas a hacer sin saber que destrozamos todo lo que hay a nuestro alrededor, haciendo que en cada encuentro el dolor avive la pasión y el deseo, hasta saturar el aire y hacerlo sangrar de forma insoportable. 


   Aquel sábado noche en que las  calabazas inundan la decoración de casas y escaparates, sabía que seria la última vez que estaría junto a ella.


   Habían quedado en la casa de Iratxe, sus padres se iban ese fin de semana, un día antes habían discutido y ya las dos eren conocedoras de la decisión que sin palabras habían tomado. 


   Llego a su casa despacio, como sin querer llegar, y ella estaba allí, preciosa como siempre.


   Llevaba su larga melena suelta, recién lavada, que resaltaba el brillo de ese color negro que tanto le excitaba cuando se lo soltaba. Sus labios estaban pintados de un color que no hacía honor a su tono natural. Un sujetador rojo guardaba  aquellos pechos que para su cuerpo en general resultaban grandes, pero tan tersos y bien puestos que lo que hacían era que ella se pusiera como una moto notando como el tanga que llevaba empezaba a humedecerse.


   Unas braguitas rojas con el liguero a unas medias rojas rematadas por el tacón de sus zapatos negros, ponían fin a su indumentaria. 


   Viéndola ahí de pie, en medio de la habitación con las luces apagadas pero inundada de velas a cuya luz veía como sus ojos, eternamente negros, se empezaban a humedecer. No hacia falta que la dijera que aquella noche sería la última, Iratxe lo sabía. 


  Se quedó inmóvil en medio de esa habitación.


  Sabía que ella disfrutaba observándola, viendo ese cuerpo blanco como la nieve que, a veces, parecía tan frágil que le hacía pensar que se rompería en mil pedazos si lo tocaba.


   Se acercó, poco a poco, quitándose el abrigo y se coloco a unos centímetros notando como su cuerpo desprendía ese deseo ardiente de fundirse con ella…  


   Alargó su mano y acarició su suave pelo. Se dirigió a su largo cuello de cisne, acariciándolo despacio, suavemente sabiendo que  era uno de sus puntos más débiles y acercando su cara a la de ella  le besó la nariz.


  Paso sus manos lentamente sobre sus labios para quitarle el pintalabios, no la gustaba ese color, prefería su rosa natural, y cuando ella quiso hablar, seguramente para pedirla que no lo dejaran que se dieran otra oportunidad como muchas veces habían hecho, la beso para callarla.


   La besó fuerte, como queriendo absorber su alma, jugando con su lengua y con  sus labios carnosos, como le había enseñado y tanto le gustaba, mordisqueándoselos  hasta la saciedad, hasta herirse las dos de tanto amarlos. 


   La estrechó fuerte entre sus brazos, aquel cuerpo tan pequeño se estremecía en cada poro de su piel. La besó sin descanso, sin dejarse respirar la una a la otra, ahogándose  entre gemidos de placer y de dolor… y entonces las manos, fervientes de tocar todos los rincones que ya conocían pero que sabían que no se volverían a encontrar  ya, empezaron a recorrer  sus cuerpos, fuerte, como a las dos las gustaba tocarse, pellizcándose los muslos, agarrándose a la otra sin querer separarse. 


   Se tiraron al suelo y con una fuerza y pasión que hasta entonces  nunca habían vivido las dos, se hicieron el amor  con las bocas…, con las manos… , con sus sexos…, arrancándose la ropa la una a la otra y cuando ya, en el clímax de todo, ella encima de Iratxe follándola con su sexo bien apretado, haciéndola gritar y llorar del placer, agarrando fuerte las piernas que abrazaban su cintura y juntaban los pechos de las dos sin dejar un solo hueco,…  llego el estruendo del orgasmo, un orgasmo de sangre en el que ella, clavando sus uñas en sus muslos, se hermanaba con  Iratxe que, en ese momento, donde el placer y la lujuria invadió su cuerpo entero, desgarró con las suyas su espalda  dejando en cada lado cuatro marcas de sangre que la surcaban de arriba a abajo. 


  Extenuadas las dos, encendieron un cigarro, un cigarro que jamás le supo tan amargo, aun manteniendo el sabor dulce de Iratxe en su boca y en su piel. 


  La recuerdo, me excito y me entristezco.

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