“CADA EDAD TIENE SU PECADO CAPITAL. A LOS VEINTE PADECÍA LA LUJURIA, A LOS
TREINTA LA IRA Y A LOS CUARENTA LA SOBERBIA.
AHORA, EN MIS CINCUENTA CORRIDOS, Y ANTES QUE ME LLEGUE LA AVARICIA, QUE
ES MALDICIÓN DE VIEJOS, BENDITA SEA ESTA GULA QUE ME LIBRA DE TANTOS MALES Y, A
LA QUE DEBO TANTOS BIENES.”
(Farsa y justicia del corregidor- Alejandro Casona)
En ocasiones ponemos tanto énfasis en adornar nuestros
encuentros sexuales que dejamos el más preciado erotismo de lo natural y
espontáneo tan encorsetado y constreñido en lo artificial que termina por
perder gran parte de su gracia y encanto.
Los dos placeres del hombre más apreciados son la lujuria y
la gula y eso es debido a que ambos obedecen a la necesidad de supervivencia que
se imprime en nuestra naturaleza más salvaje y animal.
El placer que supone satisfacer al sustento y aquel que se
encamina a satisfacer a la procreación y
perseguir la continuidad de nuestra
sangre y especie, no tiene parangón con ningún otro y así, de la unión de ambos
placeres, se encuentra la historia preñada de ejemplos y búsquedas hasta llegar
a nuestros días modernos en que , nuestro afán por organizar todo
convenientemente y a todo darle una significación comercial, ha dado en recrear
una nueva moda de la denominada “cocina erótica” con la proliferación de
restaurantes especializados en este tipo de actividad que, antes que despertar
la lívido, suelen más bien adobarla por lo grotesco y exagerado no solo de su
cocina sino de su ambiente.
Mi particular sentir en este aspecto me inclina a creer que
no existe tal cocina erótica sino, antes bien, un erotismo en el comer que si
se une a la propia erótica de los manjares sexuales puede crear una comunión
perfecta de placeres y sentidos.
Siendo yo un firme adorador de ambos placeres siempre he
tenido un gran cuidado en recrear la parte gustativa para preparar las artes
del amor pues soy un firme seguidor del postulado clásico que dice “Sin Baco y
Ceres , Venus se enfría” y bien sabido es que en el amor todo ha de estar
caliente menos el Champagne, pero no es menos cierto que las comidas también
han de estar cuidadas y medidas a la hora de preparar el acto amatorio.
Dejando al margen cosas tan evidentes como evitar ciertos
alimentos como el ajo o la cebolla en las horas previas a un romance, no es
menos necesario contemplar un cuidado y esmero en otros aspectos como, por
ejemplo, evitar los productos tales como las coles de Bruselas, patatas y
coliflor o bróccoli que, aunque a menudo pueden presentar en nuestra mesa
agradables toques de color y forma, su flatulencia entre las sábanas no resulta
nada erótica ni conveniente y menos si el exceso puede provocar el trasladar
otros toques de color a las mismas pues es evidente que no hay nada menos
erótico que un sonoro pedo entre nuestras caricias y , menos aún, en
determinadas actitudes “numéricas”.
Por otro lado, la creencia muy extendida de que es mejor
ayunar si se va a dar rienda suelta a las pasiones amorosas con el fin de ir
ligero, es algo, por experiencia, muy poco conveniente al caso.
Recuerdo una ocasión
en que asistiendo a una cena, de esas de postín y protocolo con numerosa gente,
me correspondió por lugar y enfrente una hermosísima mujer de amplio y generoso
escote que lucía con un desenfado insinuante y provocador.
Su hermoso cabello rizado resbalaba sobre los hombros,
esculpidos sin duda en mármol, como una
cascada alegre de azabache y sus profundos ojos verdes parecían acariciarte en
cada mirada haciéndote sentir el tenue murmullo del aire de sus pestañas.
Nada más verla agradecí al cielo el acierto del mayordomo de
la casa al distribuir los comensales en la mesa prometiéndome que no podía
marcharme de allí sin agradecerle, personal y generosamente, la perfecta
disposición del servicio.
La cena transcurrió en una conversación agradable y a veces
silenciosa donde las palabras dejaban paso al silencio de los gestos, al leve
juego de los dedos con la servilleta o al tenue roce de las manos al ofrecerle
una copa.
Los platos iban pasando y mi dama, apenas en un gesto, los
probaba para retirarse tan enteros como llegaban mientras nuestro juego de
seducción se iba haciendo cada vez más
evidente y cercano.
Las palabras se convirtieron en murmullos y el encuentro
casual de nuestros pies bajo la mesa se convirtió en caricias y en abrazos que
hacían arder nuestros deseos más profundos.
Es evidente que, para cuando llegaron los postres, todo
nuestro afán estaba ya centrado en como salir de allí cuanto antes.
Para ella fue fácil pues conocía escasamente a los
anfitriones, según me había dicho y nada más levantarnos para tomar en el salón
los cafés y licores se dirigió a Eduardo y Margarita y, muy cortésmente, se
despidió de ellos agradeciéndoles su maravillosa atención.
A mí, sin embargo, la despedida se me hizo interminable.
Eduardo insistía en que tenía que hablar conmigo de unos proyectos y de la
adquisición de unos caballos árabes mientras Margarita me pedía dulcemente que
me quedara un ratito por otros motivos mucho menos confesables.
Cuando por fin pude argumentar una excusa creíble conseguí
salir a la calle. Un fresco aroma de verano recorrió mi rostro y pude ver,
justo al pie de la escalera, un descapotable blanco que encendía en ese momento
las luces.
Ella me esperaba impresionantemente bella, con el largo
vestido rojo recogido hasta unos muslos que hubieran hecho las delicias de
Miguel Ángel y un cigarrillo encendido entre los dedos.
Salté sobre el asiento del acompañante cuando ella arrancaba
y me pasaba el cigarrillo con el filtro rodeado de su amor de carmín, mientras
yo me quitaba la oprimente pajarita de mi cuello. Revolvió mi pelo con su mano
en un gesto juguetón y luego, agarrándolo fuerte, hundió mi cara en su escote
caliente.
No tardamos en llegar a mi casa. Vivía solo a unas calles de
la casa de Eduardo y , de camino al dormitorio, nuestros cuerpos se fueron
desnudando hasta caer sobre la cama abrazados a la ropa interior en un beso
profundo y ansioso.
Fue entonces cuando lo percibí. Comenzó como un murmullo
sordo y extraño que iba creciendo a cada caricia y en cada estremecimiento de
su piel bajo mis manos.
Aquel ronroneo nacía de su estómago y se iba convirtiendo, a
cada caricia, en un rugido feroz que atenazaba nuestros cuerpos en una especie
de terror gélido que, inevitablemente, me hizo estallar en una sonora carcajada
de la que posiblemente aún resuenen los ecos entre las paredes de mi antigua
casa. El magnífico crescendo de sus tripas podía evocar cualquier cosa menos
erotismo.
Es evidente que mi diosa se desvaneció sonrojada y, aunque
yo la insistí para que se quedase y esperásemos a después del desayuno, la
pasión ya había muerto por inanición.
Es cierto que la comida tiene una erótica importante.
Pero la tiene por si misma, sin añadidos ni especias
extrañas, sin afeites ni extravagancias discordantes. La tiene por el mero
hecho de que el acto de comer reviste una voluptuosidad tan electrizante como
la pueda tener la lencería más sexy o el más sugerente de los escotes.
No hay nada más seductor que una mujer que tenga el mismo
apetito sexual que gustativo.
No hay nada más seductor que Gloria con la que esta unión de placeres
carnales alcanza su plenitud y esplendor.
Serían cerca de las tres de la mañana y llevábamos follando
desde las nueve de la noche anterior. La ventaja de tener un rollo habitual con
tu vecino es que este tipo de festines eróticos entre dos hombres y una mujer,
se convierten en una delicia habitual que a muy pocos es dado disfrutar con la
plenitud que otorga la confianza y el cariño de lo cotidiano.
Al igual que se degustan los placeres de los mejores
manjares cuando uno está saciado y no se ve forzado por el hambre ansioso de la
necesidad, en el sexo se sublima el placer en su práctica y en el conocimiento
de las partes, en ese hacer despacio y relajado que casi te llena pero que
jamás te deja sin apetito.
El sexo a tres tiene la virtud de que siempre hay alguien
con energías suficientes y, de esta forma, mientras uno se entretiene
jugueteando con el pan de las caricias otros degustan los placeres de la pasión
que brindan las tajadas más jugosas y todo se convierte así en un banquete
continuo de sensaciones en que, como en la mejor mesa, unos platos van abriendo
el camino a otros con tal delicadeza y esmero que, antes que dejarte harto, en seguida reviven el espíritu y preparan el
ánimo para nuevas emociones.
Así estábamos como decía a las tres, casi hartos de follar
pero sin querer dejarlo, cuando Gloria se incorporó de rodillas sobre la cama y
nos dijo – Tengo hambre.-
Rafa y yo nos miramos tendidos en las sábanas sin poder
esconder el cierto alivio que nos procuraba aquel inesperado descanso.
-Yo había preparado una lasaña para cenar pero como no nos
has dado ni una oportunidad para probarla ahí se ha quedado en el horno.-
repliqué como buen cocinero ofendido ante el desprecio de sus manjares.
Cuando Gloria tiene hambre, tiene hambre y puedo garantizar
que a esas alturas de la noche las únicas opciones que quedaban eran comer o
dar la fiesta por terminada, cosa que no parecía apetecer a ninguno de los tres
pues, como digo, el sexo siempre abre el apetito al sexo.
Decidí por tanto ir a la cocina y separando en tres cazuelas
de barro una buena ración de lasaña para cada uno, calenté las viandas en el
microondas y las llevé al dormitorio con el fin de comerlas allí mismo, en
aquella cama en que estábamos tan a gusto, para degustarlas al más puro estilo
romano, desnudos y sobre un triclinium, pues este era el modo que usaban los
romanos de comer en las grandes fiestas y bacanales, recostados sobre una cama
de este nombre y , sobre todo , porque me parecía la forma más placentera de
hacerlo.
Cuando llegué Gloria ya estaba entreteniendo su boca
saboreando dulcemente la polla de Rafa que recibía el placer relajadamente
tumbado con los ojos cerrados y las manos detrás de la cabeza.
Me aproximé despacio y , dejando la bandeja sobre la cama,
introduje suavemente mis dedos en el jugoso chochito de Gloria entreteniendo
mis caricias suavemente entre sus labios.
– Ya tenemos aquí la cena.- anuncié sin darle mucha
importancia.
Gloria se incorporó y , besándome dulcemente en mis labios
dijo – Gracias cariño.-
- - Cuidado que estará bastante caliente.
- - ¡Uff!, está ardiendo.- replicó Gloria tras
intentar acercar una cucharada a sus labios.
Rafa , entre tanto , se había incorporado masajeando su
polla suavemente con la mano derecha que ahora presentaba ya ese aspecto noble
y apetitoso de un miembro en plena erección y , apoyando su mano sobre los
hombros de Gloria la hizo ponerse a cuatro patas sobre la cama para cogerla por
detrás agarrando fuertemente sus nalgas.
-
Pues esto si que no puede esperar más, que
también está muy caliente.
La entrada fue profunda y cálida y yo pude ver el gesto de
Gloria contrayendo el placer en sus labios.
- - ¿No tenías hambre? Pues come.- Dijo Rafa en una
voz ronca de deseo
El aroma de la lasaña impregnaba la habitación mientras Rafa
la embestía con profundas sacudidas y yo observaba su cara recostado ante su
rostro. Los gemidos escapaban suavemente de su boca y su piel brillaba entre el
sudor y la tenue luz de las velas. Pasaron unos minutos y mis dedos jugaban
entre sus labios que , ávidos, mordisqueaban y chupaban a placer.
Otro ronquido de Rafa.
-
Dale de comer.
Cogí una de las cazuelitas de barro y llené una cuchara. Con
suavidad mis labios soplaron la humeante lasaña para templarla un poco justo
ante la nariz de Gloria que gemía en un murmullo interior de esos que se
expresan en todo el cuerpo antes de oírse.
Sus ojos me miraban en un paseo entre la gula y la lujuria
sin atreverse a tomar determinación sobre ninguno de los dos placeres.
Acerqué lentamente la cuchara a sus labios y estos rozaron
suavemente la crema fundida comprobando su temperatura para, a continuación,
abrirse como una flor hermosa que pidiera alimento.
Su boca era un poema de amor en plenitud formando un
perfecto óvalo enmarcado por sus labios encendidos en deseo.
Introduje la cuchara en esa puerta maravillosa y ,
apoyándola en la cuna de su lengua, le ofrecí el manjar a sus deseos.
Sus labios se cerraron al mismo tiempo que sus ojos y un
inmenso placer se reflejó en su extasiado rostro.
Las caderas de Rafa seguían meciendo el ritmo de su hermoso
culo y, a cada embestida, sus gemidos se mezclaban con los sonidos típicos de
una degustación carnal tan placentera en una sinfonía de éxtasis contenido.
A cada rato sus ojos se abrían y su boca pedía, vacía, una
nueva cucharada mientras yo observaba los hermosos movimientos de su garganta
al tragar.
Un primer orgasmo profundo iba creciendo en su vientre y en
su piel mientras veía a Rafa contener su ímpetu para aguantarlo mientras susurraba
a cada nuevo bocado – ¡¡Me encaaaanta!!
Entre jadeos y estertores de placer las cucharadas iban
dando fin a la cazuela mientras Gloria relamía con su lengua los últimos
vestigios de bechamel en la cuchara y en sus labios.
Me incorporé de rodillas ante su rostro y su boca ahora
engulló la cabeza de mi miembro saboreando su tibio calor.
Los tres explotamos en un orgasmo en el que se mezclaban los
sabores y los aromas e invadían nuestros sentidos en una dulce mezcla de
sensaciones.
La noche dio aún lugar para muchas aventuras que alcanzaron
el amanecer y el desayuno nos encontró de nuevo a los tres en la cama.
Aunque siempre he sido un firme defensor de la comunión
perfecta entre comida y sexo no puedo creer en la cocina erótica más allá de lo
que creo en el poder erótico en contraposición a la placentera erótica del
poder. No existe, para mi entender, ninguna comida afrodisiaca al menos ninguna
más que otra pero si existe una erótica del comer que puede ser, en algunos
casos, sublime.
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