lunes, 19 de marzo de 2012

Los cuentos mágicos (relatos) ACTO III

Allí de pie, en medio del frondoso bosque de fresnos, los recuerdos se mezclaban aturdidos en mi cabeza, como una confusa maraña que mi mente intentaba desmadejar.

Todavía tenía una sensación extraña que no me dejaba ver ordenadamente los acontecimientos aunque mis percepciones comenzaban a ser ya algo más claras, más racionales y menos sensitivas, un sosiego, demasiado evidente, invadía mi ser de una forma inquietante.

Ahora podía ver claramente, entre los sinuosos cuerpos entrelazados , las túnicas y capotes blancos esparcidos por el suelo sin orden que en algún momento, al iniciarse la noche quizás , habían cubierto nuestros cuerpos.

La desnudez no me resultaba extraña, ni el susurro de los leves jadeos y gemidos que se alzaba como una música de fondo, ni las caricias que sentía recorriendo mis muslos ni esa cabeza que , apretada contra mi sexo, succionaba ávidamente mi erección en un rítmico compás que se iba acelerando por momentos.

Algo imperceptible , sin embargo, llamaba mi atención más en un presentimiento que en su presencia física y real,.., algo que mis ojos conscientes no conseguían captar y que empezaba a inquietarme de tal forma que casi me impedía gozar del placer que estaba recibiendo tan generosamente.

Miré al joven que, arrodillado ante mi, se aplicaba en un delicioso lamer y succionar que ponía todos mis músculos en tensión y , mientras sus manos aferraban fuertemente mis nalgas, los dedos de mis manos jugaban en sus cabellos apretando su cabeza contra mi miembro, follándome su boca y su garganta hasta lo más profundo que alcanzaba mi sexo.

Mi mente voló entonces de nuevo a los recuerdos de Haiti en un intento inconsciente de recuperar el principio de un hilo que me ayudase a desenredar la sucesión de los acontecimientos.

  • Un Gin tonic! - resonó la voz de Alejandro dirigiéndose al camarero
  • Lo quiere usted con Limón exprimido?
  • No,no, …, cuando quiera limonada ya se la pediré yo
Las formas y maneras de conducirse de Alejandro, que en cualquier otra persona hubieran parecido rudas e incluso groseras, en el gozaban de una espontánea naturalidad, casi ingenua, que dejaba entrever los ojos de un chiquillo revoltoso escondido dentro del enorme armario de su cuerpo.

  • No se si te dará tiempo a tomarlo, según Pierre deberíamos ir para la playa en breve
    Comenté dirigiendo la voz a Alejandro mientras mi mirada interrogaba abiertamente al comendador que , ensimismado en los colores del anochecer, tamborileaba ligeramente con los dedos sobre la mesa siguiendo de forma inconsciente el rítmico y sordo sonido de algunos Jambés que habían comenzado a elevar su ronco son desde un lugar indefinible próximo a la playa.

  • No, no hay problema, tan solo acaban de comenzar los preparativos, aún tenemos tiempo.
    Apenas si habían comenzado a resplandecer algunas estrellas en el cielo. Las hogueras de los pescadores dejaban fluir un dulce humo mientras los fulgores de las llamas iban ganándole su intensidad a la noche

Un profundo olor a humo y sal, a azufres y algas se mezclaba en una dulce combinación que flotaba en el aire mientras los timbales y tambores ascendían por el horizonte , trepando las palmeras, en busca de las tímidas estrellas.

El recuerdo de aquellas hogueras y el olor que impregnaba mis sentidos me habían hecho de nuevo regresar a la realidad del bosque.

No estábamos en Haiti, era evidente que el clima seco de la noche veraniega, los enebros y los acantilados que se asomaban al mar en las penumbras nada tenían que ver con la humedad y las finas arenas de las playas de aquel país.

El suave terciopelo de musgo y hierba bajo mis pies reforzaba la dulce sensación del orgasmo que, con fuerza, descargaba todo mi semen en la boca de aquel joven que apretaba ahora su cara fuertemente contra mi pubis engullendo todo mi ser en el fuerte abrazo de mis manos sobre su cabeza.

Los últimos estertores del orgasmo sacudieron todavía mi cuerpo en intensas convulsiones de mi cadera hacia sus labios antes de dejarle respirar y tragar. Con suavidad , dejó escapar mi miembro desde su garganta y mirándome, todavía arrodillado, con sus brazos extenuados agarrados a mis piernas, paso su lengua por los labios antes de regalarme una agradable sonrisa.

Mis piernas flaqueaban y su mano se tendió invitándome a yacer a su lado , con las cabezas apoyadas sobre el vientre de Gloria, miramos las estrellas, mientras sentíamos su placer al ser devorada eternamente por la mujer de la larga cabellera rizada.

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