Naturalidad: En
el momento en que la sexualidad compartida se convierte en algo tan
natural como la piel, en que no tienes que pensar lo que haces o vas
a hacer ni tienes que consultarlo o advertirlo porque te intuyen e
intuyes, porque eres capaz de hablar y comprender sexualmente como si
fuese tu lengua materna y cada caricia o cada gesto es dado o
recibido como si tuviera que estar necesariamente allí y en ese
momento.
Lo
cierto es que en nuestra vida siempre hemos dejado poco espacio al
artificio y en nuestras relaciones sexuales propias así como con los
demás nos pasa lo mismo. Para nosotros la naturalidad es el mejor
camino hacia el placer.
Cuando
las cosas van por buen camino todo acaba saliendo.
Las
caricias , la excitación, el ambiente que se crea en el juego...
todo conduce a esas situaciones tantas veces imaginadas y deseadas
como la conclusión natural de una suma perfecta.
Cuando
el sexo y la sensualidad se encuentran impregnados en la piel no hace
falta conducirlo a lo que debe hacer, el solo es capaz de ir
descubriéndolo y mostrando el camino a uno mismo y a los demás y
entonces, simplemente, es perfecto.
Para
que se dé esta naturalidad es muy importante que no exista tensión
y esto, que es tan normal en una pareja entre si, suele ser algo más
complicado cuando intervienen más personas.
El
mecanismo iniciador de esa naturalidad es el deseo y este puede ser
desigual dentro de una relación entre varios no solo por la
diferente atracción que se puede producir entre unos y otros sino
también por las diferentes formas de ser, los diferentes “tempos”
, la mayor o menor facilidad para desinhibirse...
Algo
tan evidente en nuestras relaciones sexuales de pareja como es el
fomentar un deseo equilibrado entre ambos (preliminares y seducción)
suele ser , sin embargo, olvidado a menudo en las relaciones a tres,
a cuatro o a más.
Frecuentemente
damos por hecho que la excitación y el deseo que sentimos nosotros
es compartido y sentido exactamente por igual en todos y, diluyéndose
la responsabilidad entre varios, podemos no llegar siquiera a
percibir que alguien no está en la disposición idónea de avanzar,
precipitando así sus tiempos y sus momentos y llegando a provocar un
bloqueo.
Por
ello es muy importante que la pareja perciba a su compañero en todo
momento siendo esa necesidad de percepción diferente entre cada
pareja pero casi nunca inexistente.
La
relación sexual compartida siempre ha de ser generosa y nunca
egoísta porque es precisamente en el dar y el entregarnos donde
encontramos el mayor sentido y placer a nuestros juegos.
Cuando
alcanzamos esa naturalidad todo empieza a funcionar por si mismo. La
relajación y la sensualidad invaden nuestros rincones y las cosas
comienzan a surgir sin proponérnoslo, ofreciéndose al alcance de
nuestras manos y nuestros instintos.
Pero
lo que en una relación de pareja es tan normal porque las
situaciones surgen en cada momento de la convivencia, en un encuentro
compartido son muchos los inconvenientes y los factores que están
presentes para poner trabas a esta forma de desarrollarse
naturalmente el encuentro y por ello es importante poner un especial
cuidado en solventarlos.
Los
preliminares, si ya son importantes en una relación a dos, cobran
una especial relevancia en una relación compartida que parte de la
base de la “premeditación” , sabemos desde el primer momento que
vamos a follar, para eso hemos quedado, ese es el objetivo y fin
último de nuestro encuentro y damos por sentado que ese hecho es
suficiente para ponernos a todos en situación abandonando a menudo
el camino de la seducción que nos conduce a ello y precipitándonos,
de forma torpe, en un encuentro sexual que pudiendo ser apasionante,
convertimos en algo frío e insulso.
Cuando
nos relacionamos con terceros pretendemos en mayor o menor medida
conseguir un más allá en nuestras relaciones sexuales y “follar
por follar” no suele reportarnos, a la postre, una gran
satisfacción personal ni como pareja.
Existen
cuatro grandes enemigos de la naturalidad como son; las reglas, los
límites , los roles y las obsesiones.
Esto
no quiere decir que no exista un marco establecido en el cual
desenvolverse, es evidente que si a alguien no le gusta una
determinada práctica sexual los demás deben estar en conocimiento
de ello o que no formen parte del juego escenas donde la asunción de
papeles sea necesaria pero si establecemos estas de antemano puede no
funcionar mientras que si dejamos que surjan en el devenir de la
ventura obtendremos el máximo esplendor de las mismas ya que ,
además, nos irán sorprendiendo y añadiendo nuevos matices de deseo
a nuestro juego sexual.
Las
obsesiones suelen ser un cáncer que impide cualquier disfrute de la
relación. Cuando alguien se empeña en que necesariamente se ha de
practicar tal o cual cosa o que los acontecimientos se han de
producir en unas formas establecidas todo lo demás se vuelve casi
inexistente y suele ocurrir que la falta de disfrute en lo uno impida
concluir en lo otro.
Las
reglas son el máximo enemigo de esta necesaria naturalidad. No
besamos..., cada uno empezamos de tal manera...
Estas
reglas suelen obedecer además a nuestras propias inseguridades y
miedos más que a nuestras apetencias y deseos dándonos la falsa
sensación de mantener un control sobre lo que nos permitimos sentir
y experimentar y sobre lo que exponemos y arriesgamos en el juego.
Al
igual que el jugador que juega con límite se siente falsamente a
salvo de la ludopatía o que el bebedor social se siente a salvo del
alcoholismo, las reglas que a menudo se establecen parecen mantener
a salvo los sentimientos , la implicación y los riesgos de la
relación sin comprender que la única forma de hacer esto es saber
lo que se tiene y lo que existe y ser conscientes de por qué hacemos
las cosas.
Cualquier
posibilidad de un comportamiento sexual espontáneo queda anulada
cuando este se normaliza y se acota.
Cuando
practicamos sexo entre nosotros no nos levantamos de la mesa tras la
cena y decimos … “venga, vamos a la habitación que ya toca”
sino que nos seducimos ampliamente durante la cena y llegamos al
lecho desnudándonos.
Cuando
nos acariciamos no nos pedimos con palabras sino que nuestra piel
grita lo que deseamos y necesitamos y nuestros cuerpos se estremecen
al recibir la respuesta de sus caricias y nuestras manos y nuestros
labios y cada centímetro de nuestra carne pregunta entre silencios
nuevamente.
Esta
es la forma en que siempre llegamos a todo lo que podamos desear
aunque ni siquiera lo hayamos imaginado antes.