viernes, 24 de agosto de 2012

Pecado Carnal (El erotismo de la comida)


“CADA EDAD TIENE SU PECADO CAPITAL.   A LOS VEINTE PADECÍA LA LUJURIA, A LOS TREINTA LA IRA Y A LOS CUARENTA LA SOBERBIA.  AHORA, EN MIS CINCUENTA CORRIDOS, Y ANTES QUE ME LLEGUE LA AVARICIA, QUE ES MALDICIÓN DE VIEJOS, BENDITA SEA ESTA GULA QUE ME LIBRA DE TANTOS MALES Y, A LA QUE DEBO TANTOS BIENES.”

(Farsa y justicia del corregidor- Alejandro Casona)

En ocasiones ponemos tanto énfasis en adornar nuestros encuentros sexuales que dejamos el más preciado erotismo de lo natural y espontáneo tan encorsetado y constreñido en lo artificial que termina por perder gran parte de su gracia y  encanto.

Los dos placeres del hombre más apreciados son la lujuria y la gula y eso es debido a que ambos obedecen a la necesidad de supervivencia que se imprime en nuestra naturaleza más salvaje y animal.

El placer que supone satisfacer al sustento y aquel que se encamina a  satisfacer a la procreación y perseguir  la continuidad de nuestra sangre y especie, no tiene parangón con ningún otro y así, de la unión de ambos placeres, se encuentra la historia preñada de ejemplos y búsquedas hasta llegar a nuestros días modernos en que , nuestro afán por organizar todo convenientemente y a todo darle una significación comercial, ha dado en recrear una nueva moda de la denominada “cocina erótica” con la proliferación de restaurantes especializados en este tipo de actividad que, antes que despertar la lívido, suelen más bien adobarla por lo grotesco y exagerado no solo de su cocina sino de su ambiente.

Mi particular sentir en este aspecto me inclina a creer que no existe tal cocina erótica sino, antes bien, un erotismo en el comer que si se une a la propia erótica de los manjares sexuales puede crear una comunión perfecta de placeres y sentidos.

Siendo yo un firme adorador de ambos placeres siempre he tenido un gran cuidado en recrear la parte gustativa para preparar las artes del amor pues soy un firme seguidor del postulado clásico que dice “Sin Baco y Ceres , Venus se enfría” y bien sabido es que en el amor todo ha de estar caliente menos el Champagne, pero no es menos cierto que las comidas también han de estar cuidadas y medidas a la hora de preparar el acto amatorio.

Dejando al margen cosas tan evidentes como evitar ciertos alimentos como el ajo o la cebolla en las horas previas a un romance, no es menos necesario contemplar un cuidado y esmero en otros aspectos como, por ejemplo, evitar los productos tales como las coles de Bruselas, patatas y coliflor o bróccoli que, aunque a menudo pueden presentar en nuestra mesa agradables toques de color y forma, su flatulencia entre las sábanas no resulta nada erótica ni conveniente y menos si el exceso puede provocar el trasladar otros toques de color a las mismas pues es evidente que no hay nada menos erótico que un sonoro pedo entre nuestras caricias y , menos aún, en determinadas actitudes “numéricas”.

Por otro lado, la creencia muy extendida de que es mejor ayunar si se va a dar rienda suelta a las pasiones amorosas con el fin de ir ligero, es algo, por experiencia, muy poco conveniente al caso.
Recuerdo  una ocasión en que asistiendo a una cena, de esas de postín y protocolo con numerosa gente, me correspondió por lugar y enfrente una hermosísima mujer de amplio y generoso escote que lucía con un desenfado insinuante y provocador.

Su hermoso cabello rizado resbalaba sobre los hombros, esculpidos sin duda en  mármol, como una cascada alegre de azabache y sus profundos ojos verdes parecían acariciarte en cada mirada haciéndote sentir el tenue murmullo del aire de sus pestañas.

Nada más verla agradecí al cielo el acierto del mayordomo de la casa al distribuir los comensales en la mesa prometiéndome que no podía marcharme de allí sin agradecerle, personal y generosamente, la perfecta disposición del servicio.

La cena transcurrió en una conversación agradable y a veces silenciosa donde las palabras dejaban paso al silencio de los gestos, al leve juego de los dedos con la servilleta o al tenue roce de las manos al ofrecerle una copa.

Los platos iban pasando y mi dama, apenas en un gesto, los probaba para retirarse tan enteros como llegaban mientras nuestro juego de seducción se iba haciendo cada  vez más evidente  y cercano.
Las palabras se convirtieron en murmullos y el encuentro casual de nuestros pies bajo la mesa se convirtió en caricias y en abrazos que hacían arder nuestros deseos más profundos.
Es evidente que, para cuando llegaron los postres, todo nuestro afán estaba ya centrado en como salir de allí cuanto antes.

Para ella fue fácil pues conocía escasamente a los anfitriones, según me había dicho y nada más levantarnos para tomar en el salón los cafés y licores se dirigió a Eduardo y Margarita y, muy cortésmente, se despidió de ellos agradeciéndoles su maravillosa atención.

A mí, sin embargo, la despedida se me hizo interminable. Eduardo insistía en que tenía que hablar conmigo de unos proyectos y de la adquisición de unos caballos árabes mientras Margarita me pedía dulcemente que me quedara un ratito por otros motivos mucho menos confesables.

Cuando por fin pude argumentar una excusa creíble conseguí salir a la calle. Un fresco aroma de verano recorrió mi rostro y pude ver, justo al pie de la escalera, un descapotable blanco que encendía en ese momento las luces.

Ella me esperaba impresionantemente bella, con el largo vestido rojo recogido hasta unos muslos que hubieran hecho las delicias de Miguel Ángel y un cigarrillo encendido entre los dedos.

Salté sobre el asiento del acompañante cuando ella arrancaba y me pasaba el cigarrillo con el filtro rodeado de su amor de carmín, mientras yo me quitaba la oprimente pajarita de mi cuello. Revolvió mi pelo con su mano en un gesto juguetón y luego, agarrándolo fuerte, hundió mi cara en su escote caliente.

No tardamos en llegar a mi casa. Vivía solo a unas calles de la casa de Eduardo y , de camino al dormitorio, nuestros cuerpos se fueron desnudando hasta caer sobre la cama abrazados a la ropa interior en un beso profundo y ansioso.

Fue entonces cuando lo percibí. Comenzó como un murmullo sordo y extraño que iba creciendo a cada caricia y en cada estremecimiento de su piel bajo mis manos.

Aquel ronroneo nacía de su estómago y se iba convirtiendo, a cada caricia, en un rugido feroz que atenazaba nuestros cuerpos en una especie de terror gélido que, inevitablemente, me hizo estallar en una sonora carcajada de la que posiblemente aún resuenen los ecos entre las paredes de mi antigua casa. El magnífico crescendo de sus tripas podía evocar cualquier cosa menos erotismo.

Es evidente que mi diosa se desvaneció sonrojada y, aunque yo la insistí para que se quedase y esperásemos a después del desayuno, la pasión ya había muerto por inanición.

Es cierto que la comida tiene una erótica importante.

Pero la tiene por si misma, sin añadidos ni especias extrañas, sin afeites ni extravagancias discordantes. La tiene por el mero hecho de que el acto de comer reviste una voluptuosidad tan electrizante como la pueda tener la lencería más sexy o el más sugerente de los escotes.

No hay nada más seductor que una mujer que tenga el mismo apetito sexual que gustativo.
No hay nada más seductor que  Gloria con la que esta unión de placeres carnales alcanza su plenitud y esplendor.

Serían cerca de las tres de la mañana y llevábamos follando desde las nueve de la noche anterior. La ventaja de tener un rollo habitual con tu vecino es que este tipo de festines eróticos entre dos hombres y una mujer, se convierten en una delicia habitual que a muy pocos es dado disfrutar con la plenitud que otorga la confianza y el cariño de lo cotidiano.

Al igual que se degustan los placeres de los mejores manjares cuando uno está saciado y no se ve forzado por el hambre ansioso de la necesidad, en el sexo se sublima el placer en su práctica y en el conocimiento de las partes, en ese hacer despacio y relajado que casi te llena pero que jamás te deja sin apetito.

El sexo a tres tiene la virtud de que siempre hay alguien con energías suficientes y, de esta forma, mientras uno se entretiene jugueteando con el pan de las caricias otros degustan los placeres de la pasión que brindan las tajadas más jugosas y todo se convierte así en un banquete continuo de sensaciones en que, como en la mejor mesa, unos platos van abriendo el camino a otros con tal delicadeza y esmero que, antes que dejarte harto,  en seguida reviven el espíritu y preparan el ánimo para nuevas emociones.

Así estábamos como decía a las tres, casi hartos de follar pero sin querer dejarlo, cuando Gloria se incorporó de rodillas sobre la cama y nos dijo – Tengo hambre.-

Rafa y yo nos miramos tendidos en las sábanas sin poder esconder el cierto alivio que nos procuraba aquel inesperado descanso.

-Yo había preparado una lasaña para cenar pero como no nos has dado ni una oportunidad para probarla ahí se ha quedado en el horno.- repliqué como buen cocinero ofendido ante el desprecio de sus manjares.

Cuando Gloria tiene hambre, tiene hambre y puedo garantizar que a esas alturas de la noche las únicas opciones que quedaban eran comer o dar la fiesta por terminada, cosa que no parecía apetecer a ninguno de los tres pues, como digo, el sexo siempre abre el apetito al sexo.

Decidí por tanto ir a la cocina y separando en tres cazuelas de barro una buena ración de lasaña para cada uno, calenté las viandas en el microondas y las llevé al dormitorio con el fin de comerlas allí mismo, en aquella cama en que estábamos tan a gusto, para degustarlas al más puro estilo romano, desnudos y sobre un triclinium, pues este era el modo que usaban los romanos de comer en las grandes fiestas y bacanales, recostados sobre una cama de este nombre y , sobre todo , porque me parecía la forma más placentera de hacerlo.

Cuando llegué Gloria ya estaba entreteniendo su boca saboreando dulcemente la polla de Rafa que recibía el placer relajadamente tumbado con los ojos cerrados y las manos detrás de la cabeza.   
         
Me aproximé despacio y , dejando la bandeja sobre la cama, introduje suavemente mis dedos en el jugoso chochito de Gloria entreteniendo mis caricias suavemente entre sus labios.

– Ya tenemos aquí la cena.- anuncié sin darle mucha importancia.

Gloria se incorporó y , besándome dulcemente en mis labios dijo – Gracias cariño.-

-         - Cuidado que estará bastante caliente.

-        -  ¡Uff!, está ardiendo.- replicó Gloria tras intentar acercar una cucharada a sus labios.

Rafa , entre tanto , se había incorporado masajeando su polla suavemente con la mano derecha que ahora presentaba ya ese aspecto noble y apetitoso de un miembro en plena erección y , apoyando su mano sobre los hombros de Gloria la hizo ponerse a cuatro patas sobre la cama para cogerla por detrás agarrando fuertemente sus nalgas.

-          Pues esto si que no puede esperar más, que también está muy caliente.

La entrada fue profunda y cálida y yo pude ver el gesto de Gloria contrayendo el placer en sus labios.

-        -  ¿No tenías hambre? Pues come.- Dijo Rafa en una voz ronca de deseo

El aroma de la lasaña impregnaba la habitación mientras Rafa la embestía con profundas sacudidas y yo observaba su cara recostado ante su rostro. Los gemidos escapaban suavemente de su boca y su piel brillaba entre el sudor y la tenue luz de las velas. Pasaron unos minutos y mis dedos jugaban entre sus labios que , ávidos, mordisqueaban y chupaban a placer.

Otro ronquido de Rafa.

-          Dale de comer.

Cogí una de las cazuelitas de barro y llené una cuchara. Con suavidad mis labios soplaron la humeante lasaña para templarla un poco justo ante la nariz de Gloria que gemía en un murmullo interior de esos que se expresan en todo el cuerpo antes de oírse.

Sus ojos me miraban en un paseo entre la gula y la lujuria sin atreverse a tomar determinación sobre ninguno de los dos placeres.

Acerqué lentamente la cuchara a sus labios y estos rozaron suavemente la crema fundida comprobando su temperatura para, a continuación, abrirse como una flor hermosa que pidiera alimento.

Su boca era un poema de amor en plenitud formando un perfecto óvalo enmarcado por sus labios encendidos en deseo.

Introduje la cuchara en esa puerta maravillosa y , apoyándola en la cuna de su lengua, le ofrecí el manjar a sus deseos.

Sus labios se cerraron al mismo tiempo que sus ojos y un inmenso placer se reflejó en su extasiado rostro.

Las caderas de Rafa seguían meciendo el ritmo de su hermoso culo y, a cada embestida, sus gemidos se mezclaban con los sonidos típicos de una degustación carnal tan placentera en una sinfonía de éxtasis contenido.

A cada rato sus ojos se abrían y su boca pedía, vacía, una nueva cucharada mientras yo observaba los hermosos movimientos de su garganta al tragar.

Un primer orgasmo profundo iba creciendo en su vientre y en su piel mientras veía a Rafa contener su ímpetu para aguantarlo mientras susurraba a cada nuevo bocado – ¡¡Me encaaaanta!!

Entre jadeos y estertores de placer las cucharadas iban dando fin a la cazuela mientras Gloria relamía con su lengua los últimos vestigios de bechamel en la cuchara y en sus labios.

Me incorporé de rodillas ante su rostro y su boca ahora engulló la cabeza de mi miembro saboreando su tibio calor.

Los tres explotamos en un orgasmo en el que se mezclaban los sabores y los aromas e invadían nuestros sentidos en una dulce mezcla de sensaciones.

La noche dio aún lugar para muchas aventuras que alcanzaron el amanecer y el desayuno nos encontró de nuevo a los tres en la cama.

Aunque siempre he sido un firme defensor de la comunión perfecta entre comida y sexo no puedo creer en la cocina erótica más allá de lo que creo en el poder erótico en contraposición a la placentera erótica del poder. No existe, para mi entender, ninguna comida afrodisiaca al menos ninguna más que otra pero si existe una erótica del comer que puede ser, en algunos casos, sublime.

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